Sencillez y Sensatez
A mayor sencillez
y sensatez,
mayor felicidad.
A mayor sencillez
y sensatez,
mayor felicidad.
Según el Estoicismo, el Universo está regido por el Logos (Razón Divina Universal de la cual forma parte la razón humana), lo cual significa que la naturaleza del ser humano es racional. Por tanto, todo ser humano que sucumbe al Pathos (impulsos, pasiones, excesos) se está desviando de su naturaleza. Por tal motivo, es fundamental vivir de manera disciplinada y de acuerdo con el Logos y no con el Pathos. Así, se logran la Apatheia (ecuanimidad ante cualquier adversidad o circunstancia), la Ataraxia (serenidad, paz interior) y la Eudaimonia (felicidad).
La palabra latina Felicitas es el origen de la palabra española “Felicidad”; proviene del latín Felix (fértil, fructífero, productivo); además, para los antiguos romanos, Felicitas era el nombre de la diosa del éxito, la riqueza y la prosperidad, y era representada como una mujer portando una Cornucopia (el Cuerno de la Abundancia). Por tanto, Felicitas puede referirse a la Felicidad material o a que la Felicidad depende de lo material, de lo externo.
En cambio, los antiguos griegos utilizaban la palabra Eudaimonía para referirse a la Felicidad. Eudaimonía proviene del griego Eu (bueno, bien) y Daimon (Espíritu), y significa “Buen Espíritu”, “Bienestar Espiritual”. Filósofos como Sócrates y Aristóteles consideraban que la Felicidad se alcanza mediante la práctica de la virtud y el obrar según la razón, que no mediante las posesiones materiales, ni las riquezas.
No obstante, en el Vedanta (filosofía espiritual que forma parte del Hinduismo) se va más allá y se nos dice que Ananda (“Felicidad” en sánscrito) es parte de lo que somos realmente, pues nuestro verdadero Ser (Atman) es Sat-Chit-Ananda (Esencia-Conciencia-Felicidad), lo cual significa que la Felicidad no es algo que debamos buscar o procurar alcanzar, sino que ya somos Felicidad; de manera que quien es consciente de su verdadero Ser, siente y manifiesta genuina y profunda Felicidad.
Epicteto afirmaba que es una necedad creer que la libertad y la felicidad consisten en que todo ocurra según nuestros deseos, pues hay cosas que dependen de nosotros y otras que no.
Recomendaba que debemos cultivar el hábito de pensar antes de actuar y antes de hablar, para que podamos medir bien las consecuencias de nuestros actos y de nuestras palabras.
Además, nos aconseja que no debemos relacionarnos con cualquiera, que debemos relacionarnos solamente con buenas personas, con personas que nos eleven, que sean una buena influencia para nosotros y, de igual modo, nosotros debemos ser una buena influencia para los demás.
El Estoicismo es una escuela filosófica que fue fundada por Zenón de Citio aproximadamente en el año 300 a.C.
La palabra “Estoicismo” proviene del griego Stoa (pórtico), en referencia al pórtico del Ágora de Atenas, lugar donde Zenón impartía sus enseñanzas.
Además de su fundador, algunos estoicos notables fueron: Cleantes de Aso, Crisipo de Solos, Musonio Rufo y Epicteto (filósofos), Lucio Anneo Séneca (filósofo, político, orador y escritor) y Marco Aurelio (emperador romano, apodado “el Sabio”, “el Filósofo” o “el Emperador Filósofo”).
Según la doctrina estoica, debemos llevar una vida disciplinada y guiada por la razón, evitando la codicia, la impulsividad, las pasiones y los excesos; así, tendremos paz interior, afrontaremos con ecuanimidad las adversidades y seremos verdaderamente felices.
En estos tiempos, creo que nos vendría bien aplicar en nuestras vidas una buena dosis de Estoicismo; por tal motivo, aquí les dejo los enlaces donde podrán encontrar las enseñanzas más importantes de tres estoicos emblemáticos: Epicteto, Séneca y Marco Aurelio.
(Historia tomada del libro “Los Cuatro Acuerdos” de Miguel Ruiz)
Había una vez un hombre que quería trascender su sufrimiento, de modo que fue a un templo budista para encontrar a un maestro que le ayudase. Se acercó a él y le dijo: Maestro, si medito cuatro horas al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar la Iluminación?
El maestro le miró y le respondió: Si meditas cuatro horas al día, tal vez lo consigas dentro de diez años.
El hombre, pensando que podía hacer más, le dijo: Maestro, y si medito ocho horas al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar la Iluminación?
El maestro le miró y le respondió: Si meditas ocho horas al día, tal vez lo lograrás dentro de veinte años.
Entonces preguntó el hombre: Pero… ¿Por qué tardaré más tiempo si medito más?
El maestro contestó: No estás aquí para sacrificar tu alegría, ni tu vida; estás aquí para vivir, para amar y para ser feliz. Si puedes alcanzar tu máximo nivel en dos horas de meditación, pero utilizas ocho, sólo conseguirás agotarte, apartarte del verdadero sentido de la meditación y no disfrutar de tu vida. Haz tu máximo esfuerzo, y aprenderás que independientemente del tiempo que medites, puedes vivir, amar y ser feliz.
La palabra “feliz” proviene del latín felix, que significa “fértil”, “fructífero”; de manera que, etimológicamente, la felicidad está relacionada con la productividad; de hecho, los antiguos romanos representaban la felicidad con la imagen de una mujer sosteniendo el cuerno de la abundancia. Sin embargo, en la filosofía helénica se habla de la felicidad como eudaimonía; este término proviene del griego eu (bueno) y daimon (espíritu), es decir, “buen espíritu”, “bienestar espiritual”. Además, según las filosofías orientales, la felicidad es un estado de armonía interna permanente. Para el Vedanta, la felicidad forma parte de lo que somos realmente, pues nuestro verdadero Ser (Atman) es Sat-Chit-Ananda (Esencia-Conciencia-Felicidad).
Para Sócrates, la felicidad depende de la práctica de la virtud y no de la posesión de riquezas. Aristóteles afirmaba que feliz es el ser humano que siempre realiza buenas acciones, practica la moderación y vive según el Logos (la razón). Epicuro de Samos decía que la felicidad consiste en vivir de manera placentera sin incurrir en excesos. Baruch Spinoza relacionaba la felicidad con la “libertad del alma” y con un constante amor a Dios. Según John Locke, la felicidad es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias. Y, muy acertadamente, Henry David Thoreau decía que el ser humano es el artífice de su propia felicidad.
Personalmente, creo que la felicidad es un estado de armonía y satisfacción internas, y aunque las circunstancias externas suelen influir en ese estado, lo determinante es la actitud que el ser humano tenga ante tales circunstancias, así como su manera de afrontarlas.